LAS PERSONAS
Existen personas de posición acomodada, que pueden alcanzar lo que sea con tal de satisfacer sus deseos, pero cuando lo consiguen, se dan cuenta de que aquella ilusión de los primeros días se desvanece rápidamente. Vuelven otra vez a sentirse insatisfechos y buscan un nuevo aliciente que pone de manifiesto que su felicidad es efímera y no dura permanentemente. Es evidente pues, que buscar la felicidad a través de los bienes materiales, es hacerlo en una dirección equivocada, ya que el resultado final siempre es el mismo, una felicidad superficial y momentánea. En cambio, la felicidad que todo el mundo quisiera conseguir es aquella que perdura en todo momento y circunstancia; la que aporta plenitud a la vida y la que permite afrontar cualquier situación con tranquilidad y serenidad. Pero esta felicidad, no depende de nada material, ni de nada físico, ni de nada externo a nosotros, ni tampoco está supeditada a nuestro poder adquisitivo. Depende únicamente de nuestro interior, que es en definitiva el que determina el significado que damos a cada acto o situación y el que nos permite ver oportunidades en vez de ver problemas. Por tanto, conseguir el bienestar y la felicidad depende únicamente de nosotros. La prueba está en que hay personas que con muy poco son felices y otras en cambio, por más que tengan, no lo son, ni lo serán jamás.
Este deseo de alcanzar la felicidad, es un denominador común que tenemos las personas, como lo es también el hecho de que vivimos nuestra vida terrenal, como si ésta nunca tuviera que tener fin.
En general, no se tiene en cuenta que desde el momento de nacer, empieza una cuenta atrás que lleva inevitablemente hacia la muerte. Ya sabemos que resulta difícil pensar de ese modo, sobretodo cuando la edad no es muy avanzada o mientras nuestra vida se desarrolla de una manera más o menos normal, pero aun así, deberíamos tener presente que nuestra estancia aquí en la Tierra puede acabar en cualquier momento, con lo cual, veríamos las cosas desde otra perspectiva y nuestras luchas serian completamente diferentes. Por desgracia, eso es algo que conocen muy bien aquellas personas que de repente y debido a una grave enfermedad, deben enfrentarse a la muerte.
No cabe decir que estas personas se sienten profundamente golpeadas y no les queda más remedio que aceptar su difícil situación. Probablemente ya no podrán hacer todo aquello que hubieran querido hacer, ni siquiera saben si tendrán la capacidad suficiente para poder aguantar el dolor físico y moral que su situación comporta. El caos invade su mente y cuando intentan poner un poco de orden en sus pensamientos, una de las primeras cosas que intentan conseguir, es poder estar en paz con ellas mismas alejando de sí cualquier remordimiento.
Las personas que profesan alguna religión, suelen encontrar más o menos consuelo en sus creencias, según el grado de fe que tengan, pero existe una cuestión, que en su caso, adquiere más importancia que nunca y es la que hace referencia a la inmortalidad del alma. No están seguras de si será verdad o no y con esta incertidumbre, quieren y procuran tener su conciencia en paz.
Por otro lado, las personas que no son creyentes y que también se encuentran en la misma situación, igualmente pretenden que su conciencia esté tranquila, porque sienten remordimientos cuando piensan que a lo mejor su conducta no ha sido la más correcta con aquellos que aman.
Estas personas y todas aquellas que en general no creen en la trascendencia del ser, piensan que cuando la muerte llega, todo se acaba y nada tiene sentido ya. Pero todo aquello que durante su vida ha sido tan importante para ellas, todo aquello que tanto les ha hecho gozar o sufrir, todo aquello que ha sido suyo; su marido, su mujer, su hijo, su casa, su coche, etc. Todo aquello ¿qué será de ello?. Todas sus vivencias, todos sus sentimientos, ¿han de terminar en la nada?.
Y como el instinto de supervivencia es innato en todo ser vivo, a veces estas personas en su intimidad llegan a cuestionarse si existe o no otra vida.
El caso es que por un motivo o por otro, consciente o inconscientemente, creyente o no creyente, todo el mundo se pregunta y busca alguna cosa.
Unos quisieran sentirse en paz con ellos mismos y otros intentan encontrar la felicidad, pero como todo depende de nosotros, cabe empezar por el principio, que es ni más ni menos que el cuidado de nuestro interior. Debemos dedicarle la atención necesaria y sobretodo procurar adquirir conocimientos sobre la realidad de nuestro ser. De este modo, podremos afrontar las cosas desde una nueva perspectiva, a la vez que obtendremos respuestas a las preguntas que nos hacíamos anteriormente de: ¿Qué pasará con nuestras vivencias?. ¿Han de acabar en la nada?. ¿Y si fuera cierto que existiese otra vida?...
Todas estas preguntas y muchas más, he de confesar que yo también me las planteé un día, tal como explicaré a continuación, pero antes debo empezar por dar un breve repaso a mi vida.
Existen personas de posición acomodada, que pueden alcanzar lo que sea con tal de satisfacer sus deseos, pero cuando lo consiguen, se dan cuenta de que aquella ilusión de los primeros días se desvanece rápidamente. Vuelven otra vez a sentirse insatisfechos y buscan un nuevo aliciente que pone de manifiesto que su felicidad es efímera y no dura permanentemente. Es evidente pues, que buscar la felicidad a través de los bienes materiales, es hacerlo en una dirección equivocada, ya que el resultado final siempre es el mismo, una felicidad superficial y momentánea. En cambio, la felicidad que todo el mundo quisiera conseguir es aquella que perdura en todo momento y circunstancia; la que aporta plenitud a la vida y la que permite afrontar cualquier situación con tranquilidad y serenidad. Pero esta felicidad, no depende de nada material, ni de nada físico, ni de nada externo a nosotros, ni tampoco está supeditada a nuestro poder adquisitivo. Depende únicamente de nuestro interior, que es en definitiva el que determina el significado que damos a cada acto o situación y el que nos permite ver oportunidades en vez de ver problemas. Por tanto, conseguir el bienestar y la felicidad depende únicamente de nosotros. La prueba está en que hay personas que con muy poco son felices y otras en cambio, por más que tengan, no lo son, ni lo serán jamás.
Este deseo de alcanzar la felicidad, es un denominador común que tenemos las personas, como lo es también el hecho de que vivimos nuestra vida terrenal, como si ésta nunca tuviera que tener fin.
En general, no se tiene en cuenta que desde el momento de nacer, empieza una cuenta atrás que lleva inevitablemente hacia la muerte. Ya sabemos que resulta difícil pensar de ese modo, sobretodo cuando la edad no es muy avanzada o mientras nuestra vida se desarrolla de una manera más o menos normal, pero aun así, deberíamos tener presente que nuestra estancia aquí en la Tierra puede acabar en cualquier momento, con lo cual, veríamos las cosas desde otra perspectiva y nuestras luchas serian completamente diferentes. Por desgracia, eso es algo que conocen muy bien aquellas personas que de repente y debido a una grave enfermedad, deben enfrentarse a la muerte.
No cabe decir que estas personas se sienten profundamente golpeadas y no les queda más remedio que aceptar su difícil situación. Probablemente ya no podrán hacer todo aquello que hubieran querido hacer, ni siquiera saben si tendrán la capacidad suficiente para poder aguantar el dolor físico y moral que su situación comporta. El caos invade su mente y cuando intentan poner un poco de orden en sus pensamientos, una de las primeras cosas que intentan conseguir, es poder estar en paz con ellas mismas alejando de sí cualquier remordimiento.
Las personas que profesan alguna religión, suelen encontrar más o menos consuelo en sus creencias, según el grado de fe que tengan, pero existe una cuestión, que en su caso, adquiere más importancia que nunca y es la que hace referencia a la inmortalidad del alma. No están seguras de si será verdad o no y con esta incertidumbre, quieren y procuran tener su conciencia en paz.
Por otro lado, las personas que no son creyentes y que también se encuentran en la misma situación, igualmente pretenden que su conciencia esté tranquila, porque sienten remordimientos cuando piensan que a lo mejor su conducta no ha sido la más correcta con aquellos que aman.
Estas personas y todas aquellas que en general no creen en la trascendencia del ser, piensan que cuando la muerte llega, todo se acaba y nada tiene sentido ya. Pero todo aquello que durante su vida ha sido tan importante para ellas, todo aquello que tanto les ha hecho gozar o sufrir, todo aquello que ha sido suyo; su marido, su mujer, su hijo, su casa, su coche, etc. Todo aquello ¿qué será de ello?. Todas sus vivencias, todos sus sentimientos, ¿han de terminar en la nada?.
Y como el instinto de supervivencia es innato en todo ser vivo, a veces estas personas en su intimidad llegan a cuestionarse si existe o no otra vida.
El caso es que por un motivo o por otro, consciente o inconscientemente, creyente o no creyente, todo el mundo se pregunta y busca alguna cosa.
Unos quisieran sentirse en paz con ellos mismos y otros intentan encontrar la felicidad, pero como todo depende de nosotros, cabe empezar por el principio, que es ni más ni menos que el cuidado de nuestro interior. Debemos dedicarle la atención necesaria y sobretodo procurar adquirir conocimientos sobre la realidad de nuestro ser. De este modo, podremos afrontar las cosas desde una nueva perspectiva, a la vez que obtendremos respuestas a las preguntas que nos hacíamos anteriormente de: ¿Qué pasará con nuestras vivencias?. ¿Han de acabar en la nada?. ¿Y si fuera cierto que existiese otra vida?...
Todas estas preguntas y muchas más, he de confesar que yo también me las planteé un día, tal como explicaré a continuación, pero antes debo empezar por dar un breve repaso a mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario